Alejandro Terenzani. El autor es profesor y director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela.

El diccionario dice que un bulo es una noticia falsa propagada con algún fin. Son las hoy llamadas “fake news”, literalmente noticias falsas. Falsas informaciones las ha habido siempre, y más aún cuando hay intereses que defender. Hace 3.200 años se libró, en una región ubicada entre lo que hoy es el Líbano y Siria, la batalla de Kadesh, entre egipcios e hititas. Al final el resultado quedó nivelado y ambas naciones firmaron un armisticio de paz, pero las noticias que cada país resumió y registró para su historia, es que su ejército había ganado la batalla. Es así que siempre se han difundido informaciones tendenciosas, medias verdades y calumnias. Lo que hace hoy diferente a este fenómeno es su rápida y masiva difusión.

Se habla en la actualidad de la influencia de esas fake news porque las redes sociales, internet y los medios electrónicos las pueden multiplicar a una gran velocidad y a gran escala. Incluso sobrepasando las barreras culturales e idiomáticas. Lo que es cierto es que en esta sociedad líquida de la que habla Zygmunt Bauman, las verdades ya no son lo que solían ser. De ahí viene el término posverdad, que se aplica a una distorsión deliberada de la realidad con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Así que ahora tenemos medias verdades, posverdades y falsas verdades.

El tema de la posverdad, palabra que se atribuye al bloguero y analista estadounidense David Roberts, está en el tapete. De nuevo, es innegable que las verdades manipuladas tienen vieja data, pero en la actualidad el manejo de las noticias a través de medios selectivos hace que los resultados sean más eficaces. Las redes sociales, que llegan a un enorme número de personas, son vistos no como medios masivos sino como canales individuales: la noticia te llega a ti, personalmente, no a través de la TV, la radio o los periódicos. Eso cambia su percepción. Más aún cuando el contenido parece “confiable”. Este es un efecto perverso.

Las fake news tienen éxito y repercusión porque le llegan al público individualmente, dan la impresión de ser ciertas y, lo más importante, reafirman actitudes o creencias que están latentes en el perceptor. En líneas generales esos bulos se basan en prejuicios, tendencias y necesidades de la gente. Lo más grave es que los responsables de la comunicación, los líderes de opinión y los componentes serios y claves de los grupos sociales, terminan haciéndose eco de esos rumores, esas noticias elaboradas o tergiversadas, que en lugar de construir, buscan destruir. Es lamentable ver cómo la tecnología, la comunicación y la globalización en vez de hacernos crecer, nos desbaratan como seres humanos y como comunidades.

Sin embargo, no hay que dejar de buscar el equilibrio. La solución no está ni en la censura, ni en el control ni en el castigo. La respuesta es la honestidad, la ética y la educación. El culpable no es quien elabora la falsa noticia, los culpables somos los usuarios que no nos detenemos a reflexionar, a buscar, a corroborar. La inmediatez y el sensacionalismo privan, lo cual es una lástima, porque terminan estropeando la posibilidad de construir un mundo más informado, más educado y más solidario. No hay que claudicar, hay que concientizar. Las redes sociales dan para eso y más.