El caso de “las Guacamayas”, originado a partir de la respuesta del influencer @linaresrichard ante el comentario de una persona que cuestionó, entre otras cosas, la manera de mostrar sus mascotas, ha levantado tanto ruido como interpretaciones.

La polémica que esta semana se convirtió en tema de actualidad, permite  evaluar, en el entorno cercano, el papel de la figura del influencer criollo, su rol y su responsabilidad cuando se tratan temas ajenos a su conocimiento. El influencer, es el vocero de su propio negocio, alguien que cuenta con la atención de millones de seguidores y tiene (o debería tener) conciencia de su nicho de influencia y del poder para crear opiniones e impulsar acciones. Por eso, si una figura pública dirige una petición a priori a “su comunidad” de seguidores, porque se siente amenazado, o es presa de una emoción, tiene la certeza que puede provocar beneficios a una marca o un producto (ya sea en preferencia o ventas), pero también que puede generar rechazo o daños concretos y desproporcionados.

Tomarse un tiempo para evaluar y analizar es fundamental cuando se responde a una queja, reclamo o ataque. Es una recomendación básica que sigue vigente en tiempos de auge digital. Funciona en el plano personal, y adquiere un mayor peso cuando se trata de aclarar o rebatir una queja ante una comunidad digital; en este espacio la resonancia de unas palabras o unas declaraciones puede expandirse rápidamente y ocasionar grandes daños.
El  caso, ha enfrentado a una parte de las comunidades de Instagram y Twitter de Venezuela, quienes denunciaron y defendieron posiciones en torno a temas como ciber acoso, protección de animales silvestres, etc., con severas críticas al influencer que provocaron su “rectificación” y hasta su arrepentimiento público.

Son nuevas formas de presionar y de ejercer poder no sólo por parte de un influencer, también de seguidores y comunidades.