Así como el tono de la voz puede endulzar los peores adjetivos o estropear una bonita frase, también el modo de plantear algo por escrito requiere de cuidadosa redacción y enfoque, para evitar las tergiversaciones (léase reacciones) que de un modo u otro dejan resultados nada gratos.
El reciente caso de la chica de 22 años, “influencer” con más de 85 mil seguidores, que pidió estadía de 5 días con su pareja al propietario de, un hotel de la capital irlandesa, a cambio de promocionar a través de sus redes las instalaciones y servicio del lugar; más la tajante negativa de éste, ha desatado una polémica que sin duda, resquebraja la reputación de uno y de otro. Y nos permite ocuparnos de tan delicado tema.
Ambos, tanto la influencer como el propietario del hotel, fueron más allá de la propuesta y la negativa, pues sin reparar en el gasto que representa para el establecimiento, la solicitud pecó de rudeza. Y sin cuidar las formas el propietario de la marca hizo público el rotundo no, con la lista de costos para el hotel; prohibiendo, además, la entrada a las instalaciones de cualquier otro influencer o Youtuber. Así sale a la luz de fea manera, un tema que aunque usual, suele quedar entre los influencers y los dueños o gerentes de las marcas o productos. Por lo general, son negociaciones discretas, que se llevan a cabo bajo la figura de intercambio y siempre de mutuo acuerdo.
Los llamados influencer son actualmente un conglomerado que acoge distintas personalidades y egos, entre cuyos parámetros para medir sus efectos y evaluarlos, está el número de seguidores. Diríase que a razón de ello, se descuidan de ambas partes, otros aspectos de mayor importancia. Quizá sea también la celeridad y la excelente referencia que implica la publicidad y proyección de un producto o servicio. Sin embargo, ninguna de estas razones puede subestimar el inmenso poder de la credibilidad y la reputación. Y especialmente, de la comunicación en su forma más simple.
Son prioridades a cuidar celosamente.
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