Imposible dejar de vincular las lágrimas de Cristiano Ronaldo de ayer en la final de la Eurocopa con las de Lionel Messi hace unas semanas. Ambos siempre en los extremos. Oponiéndose, diferenciándose. Messi lloró, como en un tango, de frustración; no  logró que su selección clasificara en la Copa América y renunció a ella. El portugués, en una misma jornada mostró al mundo las dos caras del llanto: el dolor de salir del juego, apenas comenzaba; y, unas horas después, la alegría cuando su equipo conquistó por primera vez la Eurocopa.  

 Un episodio con varias lecturas,  con una sorpresa tras otra, como en la vida. Más si agregamos que quien anotó el gol del triunfo fue, justamente quien reemplazó a  Cristiano, alguien por quien muy pocos apostaban.