Pasó agosto y también los juegos olímpicos.   Pasó de todo.

En un encuentro olímpico donde se congrega atletas del mundo entero por alcanzar la honrosa medalla, en tantas como disímiles disciplinas deportivas, lo extraordinario sería que no pasara nada, que todo se desarrollara como los organizadores y las multitudes esperan…con los consabidos logros y el lucimiento de tales representantes en cada una de las nacionalidades.

Pero en pleno auge y el éxtasis de las competencias, en aquel ambiente de fiesta y adrenalina, aunado a las distracciones que ofrece el descanso en un país que brinda todo para entretener y atender a atletas, turistas, propios y extraños luciéndose como el mejor anfitrión, es del todo imposible que no ocurran episodios escandalosos o al menos poco acordes con la conducta que se espera de un deportista que, de paso, es visitante.

Les ocurrió a los cuatro nadadores estadounidenses.  Brindaron en exceso y se alegraron “demasiado” lo que hizo que cometieran vandalismo en la gasolinera y para encubrir sus actos, inventaron la historia de la agresión  y robo .. Nada más y nada menos que por funcionarios policiales.

La mentira no es precisamente una buena corredora, según dicen, tiene patas cortas  Y las cámaras que Ryan Lochte y sus amigos subestimaron, revelaron toda la verdad.  Así el caso  fue más allá de lo que un portavoz de los JJOO aseguró: “Estos chicos trataban de divertirse, ellos vinieron  representando a su país, entrenaron durante cuatro años y compitieron bajo mucha presión”.( ¿ Y los demás no? )  De muy poco vale las disculpas de Lochte, para con sus amigos, con Rio2016 y  con su propio país.  Este valioso pero inmaduro atleta ya perdió cuatro sustanciosos contratos publicitarios y le queda para siempre la vergüenza que siempre trae consigo la mentira.