*El autor es Director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela
El mundo pasa por una pandemia que ha llevado a la mayoría de los países a establecer cuarentenas, sistemas de cuidado de salud y restricciones de movimiento y acción preventiva. Probablemente nunca antes en la historia de la humanidad había sucedido algo similar, con todo y que no es primera vez que se producen epidemias a gran escala: la peste negra, la gripe española… enfermedades como el SIDA, el SARS, que han matado a muchísimas más personas que este coronavirus y su enfermedad, el famoso COVID-19. No hay duda de que esta pandemia se produce porque este virus tiene una forma violenta de propagación, aunque está demostrado que su mortalidad es relativamente baja. En el mundo muere más gente por cáncer a diario, por enfermedades cardíacas, por accidentes de tránsito y hasta por gripes. ¿Por qué esta pandemia –que sin duda es grave y hay que estar precavidos- ha tenido tanta repercusión? ¿Por los miles de infectados y miles de muertos? En cualquier guerra actual, en cualquier ciudad violenta actual, mueren también miles de personas. ¿Qué pasa? Pasa un nuevo fenómeno: las redes sociales.
Nunca antes la comunicación había tenido tanta influencia en un fenómeno colectivo como ahora. Más que un evento político o deportivo. La razón es que las llamadas redes sociales han trastocado todo. Estas se definen, en principio, como espacios que, vía internet, permiten a comunidades de individuos quienes tienen intereses o actividades en común (como amistad, parentesco, trabajo, hobbies) mantener un contacto inmediato, con el objetivo de comunicarse e intercambiar información, de manera interactiva y multimodal: textos, videos, fotos, sonidos, grabaciones, emoticonos y etiquetas. Estas redes sociales abarcan espectros diferentes de acción. Tenemos de todo tipo, las más conocidas WhatsApp, Instagram, Facebook, Twitter, YouTube, LinkedIn, TikTok y varias más. Aunque el fin de la mayoría es compartir información, datos, entretenimiento y opiniones, su universalidad, rapidez, facilidad y flexibilidad las han convertido en la fuente primaria de toda noticia y acontecimiento.
Pandemia de noticias
Los tradicionales medios de comunicación masiva e información, la prensa, la radio, la televisión, han quedado, sorprendentemente, rezagados ante la avalancha de datos que las redes sociales pueden difundir. Noticias, recomendaciones, estadísticas, historias, reseñas, chistes, de todo circula por esas vías digitales. Pareciera que esto tiene mucho de positivo: libertad de expresión, inmediatez, globalización. Sí. Algo de eso puede haber, aunque en muchos países la censura aún funciona. Pero esa libertad y velocidad termina siendo una locura. Como nunca antes ahora viajan centenares, miles de noticias que las más de las veces son falsas o distorsionadas. Los bulos (ahora famosos fake news) corren por Facebook, WhatsApp, Instagram de tal manera que brotan por todas partes, y no hay manera de saber cuán verídicos son. Y uno pasa de la credulidad total a la incredulidad absoluta.
Este fenómeno se ha acrecentado en la actual pandemia, porque al ser un fenómeno mundial las noticias llegan de todas partes, de las fuentes más impensadas. Peor aún, mucho países ocultan cifras, modifican la verdad y manipulan los hechos para tratar de controlar sus respectivas situaciones. Y la difusión de bulos de alguna manera distrae la atención sobre problemas reales. Por otro lado, como la enfermedad es relativamente nueva y muy contagiosa, la gente busca respuestas, soluciones y alternativas para protegerse, curarse y superar la crisis. Médicos de todo tipo, políticos de todas las tendencias y los famosos “influenciadores”, se aprovechan de la circunstancia para obtener protagonismo, más allá de si lo que están haciendo rodar es cierto o no. Los usuarios también se vuelven cómplices de este fenómeno. La función “reenviar” tal vez sea la más dañina de todas las redes sociales. Reenviamos sin pensar, sin reflexionar, sin consultar. Nos impacta una noticia y la reenviamos. Nos impresiona una imagen y la reenviamos. Nos sentimos identificados con una información y la reenviamos. Eso es terrible.
Pero la cuarentena empeora todo. Mucha gente está encerrada, están aislados, viven en cierta incertidumbre, por lo que las redes sociales, la computadora, el teléfono, son las vías de escape inmediatas. La consecuencia de esto es la circulación sin control de cualquier cosa. Lo que hay que hacer es, con calma, reflexionar. El 80% de lo que nos llega, o es falso o es impreciso. Uno de los factores que debe tomarse en cuenta es el origen de la noticia, la credibilidad de la fuente, la veracidad que respira el texto. Nunca ha de replicarse aquello que ya de partida nos parece raro y nos genera dudas. Si suena extraño, es porque lo es. Otra cosa es confrontar distintos orígenes. Si lo mismo está referido de diferentes maneras por distintas fuentes, puede que sea cierto. Si leemos lo mismo replicado una y otra vez, bulo seguro. Esto es igual con los textos que con las imágenes.
Otro fenómeno es la descontextualización. Se ponen declaraciones, fotografías y videos de personajes y hechos, que realmente ocurrieron, pero en otro momento, en otro lugar y en otra circunstancia. El uso de una foto fuera de tiempo y espacio se ha convertido en una práctica común, lo cual es también terrible. Ahora hay diversas herramientas para corroborar el origen de las imágenes, por lo que es un descuido repetir lo que se manda sin revisar. Esta suma de cosas termina quitando validez a estos nuevos medios, que sin duda son una eficaz herramienta, pero se han convertido en un caos. Lamentablemente, son redes que enredan, y debemos estar atentos para no caer en ese enredo. ¡Desenredémonos sin salir de las redes!
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