Dejar  un mensaje de voz, borrarlo porque no quedó bien, volverlo a grabar y enviarlo, tiene su encanto, pero sin saberlo, estamos protagonizando una nueva forma de comunicarnos

Todos hemos experimentado la sensación de indefensión que se siente al extraviar el celular, así sea por unos instantes, hasta que aparece en un bolsillo, o en el carro, o en el fondo del bolso… Y es que éstos, cada vez más livianos aparatos, condensan innumerables tareas personales y profesionales que los han hecho imprescindibles, simplificandole la vida a la humanidad.

Al comienzo con funciones de reloj, despertador, cámara o agenda, y ahora con aplicaciones verticales, de mayor complejidad y especialización; hoy los celulares son prácticamente estaciones de trabajo móviles a la medida de su dueño. Su versatilidad es tan amplia que tal vez explique el que haya ido quedando de lado lo más básico de su función: Llamar y recibir llamadas.  Porque entre las muchas funciones de los celulares, está poder postergar una llamada enviando un mensaje de voz o de texto, y evitar así el distraerse con una conversación cuando se revisa una red social, se graba un video o se edita un archivo.

Al respecto, un artículo publicado en el diario El País de España  hace referencia a la preferencia de los usuarios por los mensajes de voz o de texto antes que a las llamadas; es algo cada vez más aceptado y frecuente; tanto en ambientes de trabajo como en espacios más personales.

En Venezuela, el teléfono celular siguen siendo el medio por excelencia para mantenerse informado y en contacto, aunque también se siente el impacto de esta tendencia; por lo general, la información, las fotos, las noticias, los datos se transmiten vía WhatsApp y en el mejor de los casos, por video llamadas.  Por distintas razones (seguridad, eficiencia) también en el país cada vez se habla menos por el celular. El artículo ya mencionado revela que cuando se habla por teléfono se logra una proximidad y se crea un acercamiento emocional donde es posible un intercambio mayor de información que no siempre quien llama o recibe, quiere suministrar.

No deja de ser paradójico, escuchar decir a una compañera de trabajo que antes de hacer una llamada a alguien prefiere escribirle un WhatsApp para saber si pueden atenderle; y que por lo general obtiene como respuesta una disculpa pidiendo unos minutos o, simplemente, la promesa de devolver la llamada más tarde.

De llamadas a Aplicaciones

Igual sucede con la manera particular que ha desarrollado la juventud para comunicarse a través de aplicaciones, ya no a través de llamadas. “A mí personalmente no me gusta hablar por llamadas telefónicas, prefiero mil veces que me escriban antes de que me llamen”, explica Corina, una joven de 19 años que ofreció su testimonio al respecto. “Cuando me llaman suelo esperar a que termine de repicar y luego escribirle a la persona que me llamó y decirle que no le puedo contestar, que me escriba que es lo que necesita, si es importante, sino que lo llamo más tarde”, explica la joven.

Un amiga comenta que cuando le dice a su hijo, que estudia bachillerato, que llame a algún compañero para preguntarle algo vinculado a la tarea o al colegio, la respuesta es siempre un “NO” rotundo: “Pero por qué no lo llamas?”, le insiste. “No mamá, entre nosotros nadie se llama, eso ya no se usa”.

¿Realmente no se usa? La realidad muestra que la comunicación informal, familiar, está migrando a esta nueva forma de relacionarse vía mensajes de voz y escritos; sin embargo, la comunicación empresarial, formal, se mantiene aún bajo el esquema tradicional de la llamada telefónica. Cuánto va a durar, o qué tecnología  la va a reemplazar o cuál aplicación dará el siguiente paso, aún no sabemos, lo que sí está a la vista es que preferimos no dialogar, sino hablar y escribir, y escuchar y responder. Tal vez es un signo de comodidad, o de inmediatez y en algunos casos de precisión, pero no cabe duda que ésta es la nueva manera de comunicarse, que impuso WhatsApp y llegó para quedarse.