Mercedes Pulido de Briceño no alcanzó los ochenta años pero como solía decir, “valió la pena vivir”.
Luego de una vida fructífera, ejemplar e inspiradora, claro que valió la pena vivir. En cada uno de los roles que se desempeñó dejó su huella de integridad, coherencia y sabiduría. Como docente, enseñó con familiaridad y respeto. Su mensaje siempre fue sereno, de elocuencia cercana y muy constructivo.
Ejerció altos cargos en el acontecer político sin posturas acomodaticias ni estridencias. Muy al contrario allí dejó la marca que su talento y dedicación le abonó a los derechos civiles y bienestar de la familia. En los medios de comunicación, su discurso desprovisto de arrogancia pero sensible y contundente, dejaba sin palabras al interlocutor. Todo lo sumó brillantemente a su estampa de mujer y madre siempre elegante y sencilla.
Esa trayectoria, esa imagen de la mujer venezolana tan honorable como talentosa, perdurará en la historia y en el corazón de quienes le conocimos.
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